26/3/13

No importa que nadie me entienda
cuando digo que ella es la que
me alegra los días
cuando a todos vosotros
os dan ganas de meteros en casa:
manta, peli y gotas en el cristal.

Cuando viene ella, un día cualquiera,
con fuerza, en una terraza de Atocha,
y un café enfriándose, por unos besos
con dosis de azúcar que hasta su corazón
podría explortarme en la boca.

No importa que nadie me entienda, no.

Porque nadie ha vivido lo que yo,
porque nadie ha visto lo que yo,
cada vez que miro esos ojos,
cada vez que siento sus manos.

Nos prometemos el mundo en unos brazos,
sintiéndonos seguros con cada abrazo.

Me limpia,
me salva,
me ahoga las penas,
me vive,
me siente,
me roza,
me empapa,
me ama,
me sonríe,
me canta.

Marzo,
"después de un invierno malo", como dice Fito,
gracias por traer, de una jodida vez, (y, contradiciéndole)
una buena primavera,
y llenarme la cama de flores, zumos de naranja
y besos de frambuesa.

Me quedo con ella,
amor,
y contigo.


No hay lugares feos o bonitos,
lo que sí hay,
son miradas que te llenan (más o menos).
Miradas de amor.
Quiero decir, miradas que te hacen el amor.
Y, cuando unes unos ojos bonitos
con un lugar feo:
el lugar se torna del color de un corazón.

A día de hoy, no sabes las ganas que tengo de
acariciarte los amaneceres.
Iluminarte creyéndome el Sol entre las rendijas de
tus persianas, desperezándote
esas legañas, los sueños de anoche.
Rayos de luz en tus mejillas,
tus ojos me miran entreabiertos, y
susurras en bajito, al oído, un simple:
"Buenos días, bonita."

Y, entonces, esta niña de 22 años se hace
más pequeña,
remolonea en tu espalda, y te contesta con un:
"Quiero despertar contigo el mundo entero, corazón."

Vámonos a amanecer a todas las ciudades del mundo con tu sonrisa y las ganas de vivir.